https://doi.org/10.25058/20112742.n39.15

Cristóbal Gnecco. Tú eres historiador de formación en pregrado y tu doctorado lo hiciste en estudios de Asia y África, aunque con especialidad en historia y antropología. Tu trabajo de investigación, ya prolífico, te ha llevado de Argentina a México y a Sudáfrica, siempre indagando por las relaciones entre distintos regímenes de memoria, por los usos políticos y sociales del tiempo pasado. Me parece, pues, que eres un historiador en la casa de la antropología, pero, también, un antropólogo en la casa de la historia. Leyendo tus textos encuentro que pasas de la una a la otra, cómodamente, pero como quien busca caminos de conexión. ¿Estarías de acuerdo? Si es así, ¿hay deliberación en esa búsqueda?

Mario Rufer. Me siento de algún modo huésped en cada casa. Resulta interesante pensar qué es lo que se juega en cada nombre. Esa forma de nombrar tiene que ver con tradiciones nacionales me parece. En Argentina funciona mucho lo que yo llamaría un pecado de origen: si estudiaste historia en la licenciatura, aunque hagas el doctorado en ingeniería, es difícil que esa marca original deje de identificarte. Por tradiciones universitarias públicas muy sólidas, donde la licenciatura te marcaba como oficio en investigación, creo que eso se modeló así. En México y, por lo que sé, en Brasil, por ejemplo, es muy diferente. Es el posgrado el que te da una identidad de campo, por decirlo de algún modo, y marca las predilecciones de escritura.