https://doi.org/10.25058/20112742.n40.01

Celeste Medrano
orcid.org/0000-0002-1475-9806
Instituto de Ciencias Antropológicas / Conicet, Argentina
celestazo@hotmail.com

Leonardo Montenegro Martínez
orcid.org/0000-0002-6921-7676
Universidad Autónoma de Madrid / Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, Colombia
l.montenegro@revistatabularasa.org

Estamos en los albores de la segunda década del siglo XXI y la humanidad —o al menos una parte de ella—, se ha desarrollado tecnológicamente de una forma insospechada. Del mismo modo, se ha modificado el entorno habitable hacia escenarios de profundas crisis climáticas y transformaciones planetarias que ponen en riesgo a la totalidad de las formas de vida conocidas o por conocer. Ha llegado la hora de vivir en las ruinas. Tal como menciona la antropóloga Anna Tsing, nos toca danzar en un escenario antropocénico para el que necesitamos «ejercitar las artes de la inclusión» (2019, p.45) de todxs los otrxs de este mundo —aquellos más que humanxs— que han sido empujados a los bordes de la vida. Y, para ejecutar aquellos movimientos capaces de emanciparnos, apremia volver a preguntarnos ¿quiénes somos lxs humanxs? Donna Haraway respondería enseguida “(s)omos humus, no Homo, no ántropos; somos compost, no posthumanos” (2019, p.94), situada en medio de un enredo multiespecies. Pues bien, este número de Tabula Rasa, se dispone en el juego de hilos que evoca la autora, dado que necesitamos de historias de vida menos binarias y más tentaculares (Haraway, 2019, p.77) en pos de esa habitabilidad en los actuales escenarios de extinción.