DOI: https://doi.org/10.25058/20112742.n33.01

Cristina Jo Pérez
University of Michigan, Ann Arbor, USA
cjperez@umich.edu

Robert McKee Irwin
University of California, Davis, USA
rmirwin@ucdavis.edu

John Guzmán Aguilar
University of California, Davis, USA
jfguzman@ucdavis.edu

A finales de 2018, el mundo presenció cuando un numeroso grupo de solicitantes de asilo, que viajó desde Centroamérica a la frontera sur de Estados Unidos, experimentó todo el rigor desatado de un complejo industrial fronterizo cada vez más global. Pocas personas usarían esta expresión, pero era una noción extendida, que la línea entre Estados Unidos y México estaría amplificada y protegida por una densa red de diferentes organizaciones nacionales, internacionales, informativas, con y sin ánimo de lucro, que se habían desarrollado para responder a flujos humanos entre fronteras nacionales, y más específicamente, en las fronteras entre el norte global y el sur global. Mientras Estados Unidos y México protagonizaban una confrontación con los miles de refugiados que buscaban huir de la violencia y la miseria en sus países de origen, intensificaron el uso de una serie de tácticas materiales y discursivas ya comunes, que incluían la militarización, la policía privada, y los discursos racializados de amenaza migratoria que buscaban contener y controlar de manera violenta estas «caravanas de migrantes». Además de las formas como el Estado desplegó el complejo industrial fronterizo, la caravana también ilustra las maneras como actores locales y activistas se involucraron en el proyecto de un complejo industrial fronterizo a mayor escala, y se beneficiaron del control de la migración de maneras muchas veces opacas y ambivalentes.